La diversidad poblacional y su inclusión social: ¿un buen motor económico?

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Los acelerados procesos de globalización y migración han sido el cimiento para crecientes niveles de diversidad poblacional. No obstante, la falta de inclusión de minorías o grupos poblacionales con poco poder es un factor que ha caracterizado el curso histórico de muchas naciones. Ante una ola incipiente de programas y políticas de inclusión social de dichos sectores poblacionales, es relevante plantearse la incidencia económica que dicha integración podría generar. De aquí parte la interrogante: ¿es acaso la inclusión social, ante una población más diversa, un motor económico?


Sudáfrica hace poco más de 20 años se encontraba en el ojo del huracán ante una prolongada segregación racial conocida como el Apartheid. Paralelamente, la desfavorable situación económica de la nación era el reflejo de una nación con elevados índices de pobreza y prácticamente en quiebra. Desde que este sistema de segregación fue fulminado, Sudáfrica se ha convertido en la economía cabecera del África sub-sahariana. Su Producto Interno Bruto (PIB) aumentó al triple y sus reservas fueron diez veces mayores entre 1992 y 2012. Más importante, el evento dio lugar al surgimiento y desarrollo de una clase media que aún continúa en expansión. Dicha mejora económica también respondió a la eliminación de diversas barreras económicas impuestas a la nación a raíz de las intensificadas políticas discriminatorias. No obstante, persisten conflictos raciales, religiosos y culturales, no solo en la nación sino en el resto del continente, donde la poca prosperidad económica es acompañada por conflictos bélicos de naturaleza sociocultural.


El índice de competitividad global indica que Estados Unidos, Suiza, Alemania y Holanda son cuatro de los cinco países más competitivos. Igualmente, posee índices de desarrollo humano considerablemente elevados. Paralelamente, los mismos son países con permanentes políticas de inclusión para grupos sociales con etnias, religiones, géneros y preferencias diversas. La tendencia de apertura social es seguida por la gran mayoría de países de Europa Occidental,  del Sur y Nórdica. Consecuentemente, los países de Europa Oriental y Eurasia muestran niveles de desarrollo menores a los del resto de la región.


No obstante, países más ortodoxos como Singapur son económicamente exitosos, aunque mantienen una gran brecha de género en comparación con Estados Unidos, Canadá, Australia o países europeos. En ese mismo orden, el Foro Económico Mundial indica que países del medio oriente tienen índices de brecha de género menos favorables que el resto del mundo. Naciones como Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, y Arabia Saudita se encuentran entre los 30 países con los índices más bajos. Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional los sitúa entre las 30 economías más competitivas, y la Organización de las Naciones Unidas, entre los 50 estados con índices de desarrollo humano más elevados. Estas naciones en específico son importantes exportadoras de uno de los insumos más demandados e inelásticos: el petróleo, lo cual ha sido la clave de su éxito.


Dado estos planteamientos, ¿Cuál podría ser el argumento a favor de la inclusión social en términos económicos? Dicha integración llevaría a mayor aprovechamiento de una fuerza laboral capacitada a la que, frente a altos niveles de segregación y bajos niveles de inclusión, no se le podría sacar ventaja. La estrategia económica detrás de unas políticas de inclusión más contundentes es la utilización efectiva de la mayor proporción posible de capital humano para impulsar más exitosamente los distintos sectores económicos.


En Alemania, existen opiniones diversas sobre la integración al mercado laboral de la creciente ola de refugiados en la nación. Mientras un lado prevé que esto podría representar una importante carga económica, opiniones más favorables indican que la integración de estos grupos al mercado de trabajo podría mitigar el problema potencial que implicaría el hecho de que hay una creciente población envejeciente que se retira del mercado. Esta integración, no obstante, demandaría entrenar adecuadamente a los nuevos entrantes para que mantengan la prosperidad de las empresas, lo cual podría ser un peso muy costoso para la nación.


La República Dominicana, por su parte, percibe actualmente un flujo migratorio dinámico que aporta mano de obra que se ha especializado en diversos sectores económicos. Tanto la inversión extranjera como el establecimiento de empresas trasnacionales en el país abren la puerta a una importante entrada de recursos económicos y capital humano que puede traducirse en beneficios. Por otro lado, la participación de la mujer en el mercado laboral y las condiciones salariales bajo las que participan han mejorado con el pasar de los años. No obstante, la Organización de las Naciones Unidas en su Reporte de Desarrollo Humano indica que, en el país, si bien es cierto que la mujer posee, en promedio, un mayor nivel educativo que el hombre, tiene una participación menor en el mercado laboral. Esta inequidad se extiende a otras clasificaciones sociales. Por ende, la República Dominicana aún permanece en proceso de convertirse en una economía socialmente inclusiva, donde exista la apertura suficiente para aprovechar al máximo un capital humano de calidad, sin distinciones de género, nacionalidad, etnia, religión, preferencias u otro aspecto.


Estas explicaciones no son suficientes para indicar que la diversificación e inclusión de poblaciones heterogéneas son un claro impulso a las economías nacionales. Es imperativo realizar estudios económicos y matemáticos más contundentes en relación al tema para demostrar pragmáticamente la incidencia de una mayor integración en la potencial vitalización económica de una nación.