Sin lugar a duda habitamos en un entorno meramente digital y cada vez es más imprescindible el uso intensivo de la tecnología. Compartimos instantáneamente logros, noticias y sucesos de interés a través de las redes sociales; de hecho, incluso las utilizamos como medio trabajo. Antes de alcanzar los dos años, los niños ya saben manipular las tabletas y teléfonos inteligentes. Cada día se desarrolla un nuevo software que facilita la realización de nuestras tareas cotidianas. Indiscutiblemente, la creatividad ha sido el motor del desarrollo de la era digital.
Tal como expresa John Howkins, la economía creativa ─también conocida como economía naranja, porque este color representa la cultura, la creatividad, la identidad y la transformación─ se fundamenta en sectores en los que el valor de sus bienes y servicios se basa en la propiedad intelectual. Esta economía le otorga al talento, intelecto y a la cultura un espacio que propicie la explotación de las habilidades innatas y adquiridas de los individuos de una sociedad, guiadas por la herencia cultural de su entorno y la tecnología, para que se traduzca en un crecimiento de la economía en general, como respuesta a la creación de nuevos empleos, el empoderamiento y el bienestar de los ciudadanos.
Su impacto a nivel mundial ha exhibido un comportamiento extraordinario. Como su insumo principal son las ideas, los sectores creativos han exhibido menos volatilidad que los demás rubros. En detalle, la economía naranja mostró cierto grado de resiliencia a la crisis global de 2008; mientras la economía creativa solo se contrajo un 12%. Así mismo en 2011 aportó US$4.3 millones de millones a la economía global, equivalente al 120% de la economía de Alemania.
Según la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) las exportaciones de los bienes y servicios creativos crecieron un 134% de 2002 a 2013. Si las mismas fueran parte de la clasificación que hace el Centro Internacional de Comercio (ITC por su sigla en inglés), constituirían la quinta mercancía más transada del planeta. En 2015 este segmento generó ingresos de US$124,000 millones y creó 1.9 millones de empleo en la región de América Latina y el Caribe.
En Buenos Aires en el 2012, uno de cada diez empleados pertenecían a la industria creativa, generando nueve de cada 100 pesos de la economía de Argentina. Para el mismo año, el Carnaval de Río de Janeiro (elemento cultural del rubro en cuestión) captó aproximadamente a 85,000 visitantes que favorecieron a la economía con más de US$628 millones en consumo. Por otro lado, el incremento de suscriptores (que ahora totalizan 33 millones) alcanzado por Netflix, acompañado por las más de 100 horas de video publicadas cada minuto a través de YouTube son otra prueba del auge de la economía naranja.
La economía dominicana se ha visto impactada de forma positiva por su lado naranja. Según los datos del Banco Central y el Ministerio de Cultura, este aporta 1.5% del Producto Interno Bruto y da lugar a de medio millón de empleos, equivalente al 12.5% de la fuerza laboral dominicana. Del mismo modo, para 2012 el país exportó aproximadamente US$198 millones en bienes y servicios de las industrias creativas.
El impulso de la economía naranja en República Dominicana ya es notorio. La puesta en escena de la nueva Ley de cine ha contribuido al despegue de este sector. A medida que se implementen políticas públicas y medidas a favor del desarrollo de las industrias creativas y culturales, tendremos más líderes creativos, que no se limitarán tan solo a la generación de plazas de empleo y riqueza, sino que construirán sociedades menos vulnerables a factores adversos no predecibles.