¡Primero América que sus santos!

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Las fuertes ráfagas proteccionistas que caracterizan el clima de negocios en Estados Unidos han avivado una llama que se suponía apagada. En la actualidad parecían haber estado claras las bondades de los mercados libres e interconectados, en donde suelen suceder intercambios de novedosas tecnologías e innovadoras ideas ─claro, bajo ciertas condiciones─. Sin embargo, un repentino torbellino revirtió estas virtudes, dando un giro de 360º a la política comercial estadounidense y enfrascándola en la busca incesante de posicionar ¡America First!

Una ralentización del crecimiento de algunos sectores nacionales ante la “desigual e injusta” competencia, el detrimento de los puestos de trabajo, y un déficit comercial elevado son algunos de los factores que conducen a una nación a optar por la aplicación de altos aranceles o en el más gris de los casos, a culminar con importantes acuerdos comerciales bajo la premisa de proteger la industria doméstica.

La agenda comercial del presidente Donald Trump aparenta estar impregnada de esta fragancia hogareña. Desde inicios del presente año, el mandatario estadounidense retiró a los Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), convenio que englobaba el 40% de la economía mundial formando un mercado de unos 800 millones de personas. A pesar de los beneficios que proporcionaría ─sobre todo para las multinacionales─, Trump optó por retirarse y “proteger” el país norteamericano, afirmando que la prosperidad y la fortaleza se derivaría de esa determinación.

¡Eso no es todo, el fuerte viento sigue cerrando puertas! Recientemente Trump optó por aplicar un alto arancel a las importaciones de acero, para de ese modo abrigar la industria siderúrgica local. Podría pensarse que el presidente desconoce lo que esta medida podría ocasionar en un mediano y largo plazo. Siendo más que evidente que en el futuro cercano puede ser beneficiosa para impulsar el crecimiento del sector, pero con el tiempo esta política vendría en detrimento de las industrias que utilizan como insumo este producto, así como del bienestar del consumidor.

Asimismo, escudado en el déficit comercial y en la “desventajosa” posición que tiene el país en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), el presidente estadounidense ha amenazado incansablemente con la finalización del acuerdo. Es acertado pensar que los más afectados serían México y Canadá, quienes podrían ver mermar sus beneficios, sin embargo, afirmar que Estados Unidos no se saldría perjudicado es un grave error.

Un ejemplo claro del efecto que ocasionaría dicha disolución en este país puede visualizarse al analizar la industria automotriz ─uno de los sectores más integrados en el NAFTA─. Un cese del acuerdo podría deprimir los beneficios de las corporaciones, que en el peor de los escenarios se verían obligadas a reducir sustancialmente sus nóminas para disminuir las pérdidas, impactando así negativamente en el consumo estadounidense y posteriormente en el crecimiento económico.

El objetivo primordial de estas políticas es sin duda alguna que las demás naciones dejen de “lucrarse” de Estados Unidos, y que se comercialice en posiciones de igualdad y justicia, ¿pero, acaso no siempre ha sido esa nación una de la más beneficiadas? Resta esperar cuáles serán los efectos certeros, pero de lo que podemos estar seguros es que nadie saldrá ileso.