Eficiencia e Igualdad: objetivos similares con resultados diferentes

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Como la historia nos fue contada, la ciencia económica surgió con la misión de gestionar los recursos escasos de manera eficaz para satisfacer las necesidades humanas. Ahora bien ¿qué ha pasado en el transcurso de los años con este cometido?, ¿acaso las necesidades de algunos han podido pesar más que las de otros?, ¿será que la economía o más bien algunos economistas han olvidado su misión social?

En los últimos años nos hemos sumergido en lograr que nuestras economías crezcan más allá de su potencial, en que las producciones aumenten a un ritmo jamás registrado sin importar en ocasiones cómo lo logramos, en ocupar todo el capital disponible al tiempo que disminuimos los costes en la mayor cantidad posible. En pocas palabras, nos hemos enfocado en que nuestros mercados sean cada día más y más eficientes. Bien es cierto que esta también es nuestra meta, pero ¿alguna vez nos hemos sentado a meditar en qué punto se contraponen esta búsqueda insaciable de la eficiencia con el bienestar social?

Es aquí donde nuestros objetivos se distorsionan. La dificultad de encontrar un punto óptimo en el que se aproveche al máximo todos los bienes dados sin comprometer o perjudicar aún más las condiciones de una sociedad ya vulnerable.

Para ilustrar tenemos el caso de los Estados Unidos, una de las economías más eficientes con mercados sumamente flexibles, desregulados -casi en su totalidad-  y altamente competitivos, pero con niveles de desigualdad preocupantes. De acuerdo con datos estadísticos, luego de culminada la crisis financiera del 2007-2008, el 1% más rico de la población estadounidense conservaba aproximadamente el 20% de los recursos económicos, mientras que la condición económica del 99% restante empeoraba.

La situación aún perdura como si se tratase de una fotografía. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el coeficiente de Gini para el país norteamericano en el periodo 2013-2014 llegó a 0.40 (siendo 1 completamente desigual), por encima de países desarrollados como Reino Unido y la gran mayoría de la Unión Europea (UE).

Una de las razones por las que todavía no se efectúan cambios tan marcados es porque existe un pensar arraigado de que una distribución más equitativa del ingreso podría causar desincentivos al trabajo y la inversión. En adición a esto, muchos economistas consideran costoso elaborar e implementar políticas de redistribución como una reforma del código tributario o el establecimiento de un salario mínimo.

El economista estadounidense Arthur Okun apuntaba que era inevitable renunciar a la igualdad o al menos una fracción de esta por la tan anhelada eficiencia. Para sostener su punto recurría al hecho de que los costos administrativos evitaban que todos los recursos sustraídos de los ricos llegarán en su totalidad a los pobres, y que el resultado final de esta operación no era más que la creación de desincentivos que terminaban empeorando aún más la condición de ambas partes, es decir, se generaba una situación deficiente y aún más desigual.

Demos por sentado que el trade-off entre eficiencia económica e igualdad es imposible de evitar, entonces nuestra tarea es encontrar medidas que reviertan la pérdida social sin crear las tan indeseadas distorsiones de mercado. Preguntemos si en los tiempos que vivimos es posible crecer con los niveles de desigualdad que estamos ostentando, ¿acaso este crecimiento será sostenible si la gran masa de la población no crece?